A menudo, observando un accidente nos preguntamos ¿cómo han podido salir vivos, si el coche está destrozado?. En la propia pregunta va implícita la respuesta: Los ocupantes están ilesos a costa del sacrificio del vehículo
Destrozar el coche evita que se destrocen los ocupantes. Sin embargo, ello exige dos condiciones: una es mantener un espacio de supervivencia, o lo que es lo mismo, que las deformaciones provocadas por el accidente no alcancen al habitáculo de seguridad. A partir del momento en que el habitáculo se vea afectado, empezarán a verse afectados también los ocupantes. La otra condición es que los ocupantes vayan correctamente sujetos mediante los sistemas de retención del vehículo.
Por eso, no resulta extraño que, por ejemplo, en el tristemente célebre accidente de Diana de Gales, el único superviviente fuese el único que llevaba abrochado el cinturón de seguridad, además de disponer del airbag. Los sistemas de retención del ocupante consiguieron frenarle dentro de los límites del habitáculo, gracias a que éste mantuvo su integridad lo bastante para mantener al ocupante alejado de la zona donde se estaban produciendo los efectos de la colisión.
La seguridad del vehículo ha pasado a ser uno de los principales criterios de compra entre los consumidores. Así, es fácil que un conductor medio esté al tanto de las características de seguridad activa (ABS, ESP,…) y pasiva (pretensores del cinturón, airbag,…) que incorpora su vehículo. Sin embargo, pocas veces se presta atención a las características de seguridad pasiva de la propia carrocería y estructura del vehículo, y lo seguro que resulta el habitáculo en caso de accidente, aún cuando esto es algo fundamental para determinar el desenlace del accidente.
La eficacia de los sistemas de retención (cinturones, airbag,…) está condicionada por la integridad del habitáculo de seguridad. Sólo conservando la integridad del habitáculo de seguridad puede mantenerse la eficacia de los sistemas de retención de los ocupantes en el interior del habitáculo.
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